Peina su cabello, despunta su bigote y lava sus dientes. El tiempo va llegando. Se sube el pantalón y se abrocha el cinto, luego se sienta en la cama y piensa en sus zapatos decrépitos. Y por inercia se toma la cara por que siente cómo la arrugada y correosa piel de sus zapatos es la misma que le cubre los huesos. Toma las agujetas y las ata como si lazara un caballo, con fuerza y destreza hasta dejar un nudo perfecto al centro. Entonces cuando termina se levanta para atravesar la sala, hasta llegar al comedor y luego a la cocina; abriéndose paso en busca de comida. Más en el refrigerador todo esta podrido y hace un mes que no va de compras y tiene que conformarse sólo con café negro.
Mira el reloj y ve que son las ocho cuarenta y cinco; el tiempo sigue viniendo, acelerando el paso lentamente como locomotora. Repasa bien algunas cosas en la cabeza y trata de olvidar que el rencor no cesa. Camina hacia la sala y busca sobre los muebles algo de cambio, posando bien los ojos en los rincones y las repisas, detalle a detalle hasta que tiene la impresión de que todo aquello esta hecho de viento, fino y afilado, y que todo en su cabeza comienza a girar con un impulso ciclónico. Entonces se ve en medio de un páramo yermo entre la desolación infinita y la siente hacer eco adentro, y todo va cubriéndose con el frío de la tundra y ahí esta él: congelado en su noche polar mientras la locomotora va agarrando vuelo hasta tornar imparable, y el estrépito de la alarma viaja en su efecto Doppler y dice que ya solo faltan cinco. En su cabeza se esfuman las ilusiones y toma el saco rojo del perchero apresurándose para alcanzar el autobús de la esquina,y al ponerse fuera siente que cae el sol tibio. Sale así, apurado a la calle; donde lentamente se va sintiendo menos solo en la medida en que se le va quitando el frío.
Fin.
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