noviembre 26, 2009

Ejercicio dos

Se pone la corbata en la mañana con todos los ademanes de un gato. Aletargado frente al espejo se imagina con la cara sumergida en el fango, con la cara fuera del fango, con el rastro del tiempo enlodado bajo la cuenca de sus ojos. Se mira al espejo inspeccionando la sonrisa, y preparando el gesto para ir al trabajo. Entonces comienza a alucinar que porta orgulloso su saco rojo, erguido como tomando la batuta, firme como un general en guerra. Se siente hiperbólico en sí mismo, caminando entre la clientela como si dirigiera un circo; siente como la realidad se desespera por aniquilar esa farsa y se voltea la moneda, y comienza a verse pequeño y cabizbajo caminando entre un rió de lodo. Todo se turna adverso y el se empeña por levantar la cara sin tomar en cuenta la ironía. Se da cuenta entonces que ha soñado y se ve de regreso en el espejo.

Peina su cabello, despunta su bigote y lava sus dientes. El tiempo va llegando. Se sube el pantalón y se abrocha el cinto, luego se sienta en la cama y piensa en sus zapatos decrépitos. Y por inercia se toma la cara por que siente cómo la arrugada y correosa piel de sus zapatos es la misma que le cubre los huesos. Toma las agujetas y las ata como si lazara un caballo, con fuerza y destreza hasta dejar un nudo perfecto al centro. Entonces cuando termina se levanta para atravesar la sala, hasta llegar al comedor y luego a la cocina; abriéndose paso en busca de comida. Más en el refrigerador todo esta podrido y hace un mes que no va de compras y tiene que conformarse sólo con café negro.

Mira el reloj y ve que son las ocho cuarenta y cinco; el tiempo sigue viniendo, acelerando el paso lentamente como locomotora. Repasa bien algunas cosas en la cabeza y trata de olvidar que el rencor no cesa. Camina hacia la sala y busca sobre los muebles algo de cambio, posando bien los ojos en los rincones y las repisas, detalle a detalle hasta que tiene la impresión de que todo aquello esta hecho de viento, fino y afilado, y que todo en su cabeza comienza a girar con un impulso ciclónico. Entonces se ve en medio de un páramo yermo entre la desolación infinita y la siente hacer eco adentro, y todo va cubriéndose con el frío de la tundra y ahí esta él: congelado en su noche polar mientras la locomotora va agarrando vuelo hasta tornar imparable, y el estrépito de la alarma viaja en su efecto Doppler y dice que ya solo faltan cinco. En su cabeza se esfuman las ilusiones y toma el saco rojo del perchero apresurándose para alcanzar el autobús de la esquina,y al ponerse fuera siente que cae el sol tibio. Sale así, apurado a la calle; donde lentamente se va sintiendo menos solo en la medida en que se le va quitando el frío.

Fin.


noviembre 19, 2009

Micro-ficción

De esto, nadie nunca supo nada.

Fin.


( Esta microficcion es una entrada para el concurso mensual de minicuento de www.lashistorias.com.mx, pueden ver las entradas del concurso aqui: http://www.lashistorias.com.mx/index.php/archivo/concurso-49/comment-page-1/#comment-7606

ejercicio, escena uno.

El viejo da vueltas por la pieza y piensa: "Qué sera con las cosas que parecen envejecer en si mismas". Sus movimientos son desesperados pero remotos, agitando los brazos y dando círculos en una espiral que amenaza en en convertirse torbellino por el increíble agetreo que crea con convicción el viejo, con toda la seguridad de que aleteando el polvo romperá también el hechizo del tiempo , pero este permanece sobre las cosas con su velo de bella durmiente. Esta sólo en el crepúsculo en una habitación envejecida, con sus antiguas paredes marrón oscuro, con su ventanita de luz difusa, con el catre y con la mesita de lado. Sobre la mesita la luz cae en un ángulo misterioso, apenas dejando ver la silueta vaga de un libro y algunas notas sueltas, que podría haber escrito él mismo.

El viejo parece cuervo meneandose por la habitación y trata de organizar sus pensamientos. Se acerca al fogón, que arde con fuego nuevo y se sirve una taza de café para beber el amargo liquido de sus malos recuerdos; Así, con cada trago embriagante comienza a enlodarse el tiempo, y los pulsos del reloj parecen tropezarse, y cada ves les toma mas tiempo el regreso, y el pozo de los segundos va haciéndose profundo en sus intervalos, y así continúa hasta el último momento, cuando se detiene el latido y emerge brusco e imparable un recuerdo: Se ve cuando era niño parado en este sitio , donde aún no hay nada y siente el cuarto erguirse con su piel pelona, con su ventana solitaria que le da el aspecto de un tuerto. Siente, la tierra que se amasa violenta, fundiéndose con las estiradas vigas en aquel edificio erizado hacia el cielo, flaco y orgulloso. Ve las cuatro paredes levantarse alrededor dejándolo encerrado y piensa que todo tiene que ser una terrible pesadilla, mientras que se le electrizan los vellos del cuerpo. Ya había tenido esa misma emoción hoy mismo, al pasar frente a la fachada; Ese sudor frió y la paranoia, como si el cuarto le mirara vigilante, con el único ojo bien abierto, con una mirada triste y persistente, tratando de mantener en alto una cara que se le estaba cayendo a pedazos. "Mi padre." Dijo, y salió del trance.

"Mi padre." Dice el viejo y el tiempo inicia su lento paso de locomotora que emprende el movimiento. Entonces mira el reloj, borra toda expresión de nostalgia del rostro y siente cómo las cosas agonizan delante de él, y cómo las cosas agonizan detrás de él, y cómo el mismo ha de volverse una mera maraña de polvo como dicen los evangelios. Con ese pensamiento en la mente se yergue, aclara la garganta y da la orden de un grito para que pongan el candado desde fuera. Y todo esto fue como debió haber sido hace cuarenta años cuando encerraron a su padre para que muriera en silencio.

Fin.